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La cantimplora, corre de mano en mano, entre requetés y milicianos – Foto Goñi |
Hace ya tres años que escribí “Tregua de Navidad en la Primera Guerra Mundial¨, https://loscuadernosdehistoria.blogspot.com/2015/12/tregua-espontanea-en-el-frente.html . Un relato conmovedor, pero con protagonistas foráneos. Estos últimos años he buscado información sobre algún suceso similar ocurrido en nuestras fronteras y, después de mucho buscar, llegó a mis manos este maravilloso relato.
Aquel día nadie quería
disparar sus armas en el monte Kalamua. Era Nochebuena y la nostalgia de casa,
del pavo y el turrón, se había apoderado tanto de los milicianos apostados en
su avanzadilla, como de los requetés que mantenían sus posiciones a apenas unos
metros. Estaban tan cerca que los primeros veían sobre los sacos de arena los
puntos rojos de las boinas carlistas. En este escenario fronterizo entre
Vizcaya y Guipúzcoa se libraron cruentos combates durante la Guerra Civil, pero
el 24 de diciembre de 1936 se vivió una escena que, en palabras de un testigo y
protagonista del insólito encuentro, ya hubieran querido imaginar en Hollywood.
«A la mitad justa de los
parapetos se encuentran los dos grupos. Milicianos y requetés se dan la mano y
como si cambiaran ramos de flores en un torneo deportivo se han cruzado los
periódicos. De los parapetos se vigilaba esta “operación” con emoción y
curiosidad. Solamente en este intenso momento se ha dejado oír el ralenti de mi
“Kodak” que traslada al celuloide una escena que hubieran envidiado los más
sagaces productores americanos. Los cañones de las ametralladoras y de los
fusiles han sacado sus ojos para contemplar también, en el mayor silencio, esta
cordial coyuntura en el día de la Nochebuena, solemnizada con este motivo en
los campos de batalla», escribió el socialista pamplonés José Goñi Urriza.
La fría mañana de
diciembre se había desperezado con sol y cierta pereza en el «trabajo», según
describió Goñi en el semanario socialista «La lucha de clases». Alguien gritó
«no disparéis» y por unos momentos se respiró un aire de libertad. Los
combatientes de uno y otro lado levantaron sus cabezas por encima de los
parapetos y se sucedieron los diálogos de trinchera a trinchera en tono
amistoso. Como muestra de confianza, los requetés se sentaron encima de sus
defensas. Los milicianos les imitaron. Se alcanzó una cierta familiaridad, que
una densa cortina de niebla al poco resquebrajó.
Con la falta de visibilidad,
renació la desconfianza y de nuevo, unos y otros se resguardaron tras sus
parapetos, con el fusil en el brazo, hasta que, a media mañana, las ráfagas de
sol se abrieron paso entre la niebla. De nuevo frente a frente, Goñi rompió el
silencio:
-«Requetéeeees…
-Quéeee…
-¿Hay algún navarro?
-Sí, casi todos
-¿Y alguno de Pamplona?
-Sí, muchos
-Os habla Goñi
-¿Quién, Pepe?
-Sí
-Aquí hay unos que te
conocen».
Así comenzó una
«interminable» conversación. Los milicianos ofrecieron a los requetés intercambiar
sus periódicos. Tras unos momentos de vacilación, éstos contestaron que aún no
habían recibido los suyos. Mientras seguían las conversaciones, dos requetés
saltaron de pronto de sus parapetos y otros dos milicianos salieron de los
suyos. También Goñi, que no pudo contener la curiosidad, saltó tras ellos.
Del insólito encuentro
sacó al menos tres fotografías que salieron publicadas junto a su reportaje el
26 de diciembre. En ellas se ve a un grupo de requetés del Tercio de Lácar
posando en la cumbre del Kalamua y entre ellos a los milicianos que salieron
para canjear la prensa. O compartiendo el vino navarro de una cantimplora.
Varios de los requetés
conocían a Goñi de Pamplona. «Allí todos nos mirábamos con recelo. Aquí, sin
embargo, con los misiles preparados en cada uno de los parapetos, a treinta
metros de donde nos hallamos, parece que estamos más tranquilos», escribió
antes de describir a grandes rasgos sus conversaciones. Hablaron de Navarra, de
la muerte de compañeros de Goñi y de la situación de Bilbao, constatando que
las versiones sobre el avance de la guerra eran muy distinta en cada bando:
-«Aquí se dice que
queríais un arreglo los rojos»
-«¿Nosotros? No, hombre,
no. Esas son patrañas de Italia y Alemania que no saben cómo salir del
atolladero en que se han metido. Nuestro Ejército está más fuerte y mejor
pertrechado que nunca y dispuesto a daros una rotunda paliza el día menos
pensado.»
Entre los requetés había
algunos que iban a volver a Pamplona y que se ofrecieron a llevar una carta a
la madre de Goñi, que él escribió enseguida para entregársela. Echaron un trago
de vino, le obsequiaron con un puro y cambiaron cigarrillos.
Sin darse apenas cuenta,
Goñi se encontró en un grupo de entre unos veinte requetés, a un paso de sus
posiciones. «¡Y pensar que en Pamplona me hubieran fusilado como a un perro!»,
pensó este miliciano socialista achacando la ideología de estos muchachos del
campo, a haber nacido en pueblos de solera carlista «donde merced a la
intransigencia de los caciques carlistas y a la imbecilidad de gobernadores
republicanos era casi imposible dejar oír la voz de nuestras ideas».
«A estos rapaces no tengo
el menor inconveniente en estrecharles la mano en un “alto el fuego” en las
trincheras», confesó en su escrito.
A mediodía, tras «un gran
rato» juntos, milicianos y requetés regresaron a sus posiciones. En su
despedida, «cordial como la de ellos», Goñi les aconsejó leer y meditar el
discurso del presidente del Gobierno vasco, apelando a las creencias religiosas
que compartían.
«Lentamente se alejan los
requetés. Al verlos marchar se agolpan muchas ideas en mi cerebro. Tantas que
para no armarme un lío sentimental, a cuenta de las crueldades de la guerra,
acelero el paso para devorar la comida que, humeante y suculenta, me aguarda al
otro lado de nuestras trincheras», concluyó el pamplonés que en 1937 fue
designado secretario general de Industria del Gobierno provisional vasco.
El navarro Salvador Leyún
fue uno de los voluntarios del Tercio de Lácar que fue testigo del intercambio
en Kalamua. Tenía entonces 19 años y aquella escena se le quedó grabada para
siempre en su memoria. Tanto, que medio siglo después se la relató al escritor
Pablo Larraz para el libro sobre « Requetés» que escribió junto a Víctor
Sierra-Sesúmaga, como uno de los «casos curiosos» que le tocó vivir durante la
campaña de Guipúzcoa:
«Resultó que nuestro
capitán, Ureta, que estaba más loco que una cabra, era muy amigo del capitán
que estaba en el otro lado, de apellido Centeno, ya que los dos habían estado
en la misma academia. Estando de posición en Kalamua empezaron a hablarse:
“Centeno, oye, ¿qué tal si hacemos una cosa en esta tarde? Mira, vamos a
proponer a los chicos sentarse en el parapeto, y yo respondo de que los míos no
van a tirar un tiro, y hacemos intercambio de prensa”. El de los rojos aceptó,
así que Ureta nos mandó: “Todos en el parapeto“. Y ellos hicieron lo mismo.
“Ahora que salgan a mitad del camino cinco voluntarios de cada lado“, y
salieron».
Leyún contaba que «se
intercambiaron la prensa, echaron unos tragos de vino de una bota que llevaban
unos y después de la de los otros».
«A mí aquello no me
parecía bien, era un disparate, media hora después podíamos estar matándonos y
esas cosas creaban desánimo y desconcierto entre la gente», confesaba el voluntario
carlista, que le dijo a Ureta: «Mi capitán, después de esto, ¿no sería mejor
que dejásemos esto y nos marcháramos todos, ellos y nosotros, cada uno a su
casa?».
«Y me contestó: «pues sí,
sería mejor… pero es que estamos en guerra».
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Gracias.
Fuerteventura,
24 de Diciembre de 2018